LA ROCA.
Desde que le presentaron los diez primeros números en la pizarra de clase y lo que se podía hacer con ellos sintió un flechazo a primera vista.
Cuando los números fueron sustituidos por letras en la primeras ecuaciones matemáticas, supo que la Ciencia sería el amor de su vida y le mandó un ramo de rosas rojas a la profesora de matemáticas con la indicación de guardar cada pétalo de cada rosa en cada hoja del libro de matemáticas de aquel curso.
Al presentarle a la Física, la Química, la Trigonometría y ver cómo una campana de Gauss podía relacionar la Ciencia con el dibujo, cambió de novia por estas tres *****s hasta que definitivamente conoció a la que sería su esposa: la secuencia de Fibonacci.
Saber que su nombre de pila era Phi, que en círculos sociales se reconocía como Proporción Aúrea y su verdadero nombre de soltera era Secuencia de Fibonacci, le llevó a decidir ser él quien cambiase su apellido de soltero por el de ella y robársela al tal Fibonacci seguro de que él la trataría como la reina que no había tenido trono.
Se obsesionó y hasta se celó cuando descubrió que su señora aparecía en todo lo conocido que le rodeaba fuera vivo o inerte y decidió encumbrarla hasta llegar al mundo desconocido, totalmente convencido que ella era ominipresente y en su obsesión trató de descubrir si le era infiel con lo que la mente humana todavía no había descubierto, dedicándose a la Física Cuántica.
Hizo extensible la proporción de su pizarra a la de su señora extendiendo la firma de ella por las paredes de su casa tratando de encontrar los innumerables *****s que no dudaba ella conocía aunque callara ya que iba de sorpresa en sorpresa al descubrir las líneas temporales en uno de sus cálculos y que la palabra *****s incluía a fórmulas de ambos *****s.
Una noche el Cosmos se apiadó de él y le estuvo dictando por escritura automática dónde se encontraban esos *****s, pasando días enteros donde la secuencia de su esposa no tenía fin, descubriendo otros *****s que le hacían enrojecer de celos cuando de repente el Cosmos se los mostraba.
Cuando sólo quedaba una pared de la fachada limpia sin saber si daría con todos los *****s que le iba descubriendo el Cosmos a través de sus fórmulas, desde lo alto del acantilado, aturdido, agotado, desnutrido y destrozado mentalmente por la infidelidad de su esposa se desmayó frente a la puerta de entrada a la mansión.
Su cuerpo rodó desde allí sobre el tapiz verde de la colina que llevaba a la orilla del acantilado, y en cada giro la velocidad aumentó hasta que finalizó en un crujir seco y contundente de huesos que desmembró y paró definitivamente esa maquinaria que llevaba alojada en el cerebro y a la que una simple roca puso punto final.